Aproximadamente a las 4 de la madrugada comienza la caravana de mini vans a salir de San Pedro de Atacama. Se dirigen hacia tierras altas,  4.200 metros de altura para ser exacta. Mucho antes de que salga el sol, la Tierra ya se ha levantado y comienza su actividad liberando chorros de agua hacia el vacío. Este fenómeno es característico de los Géisers, fuentes de agua caliente que hacen erupción cada cierto tiempo. En el mundo hay sólo 1000 de estos y uno de los campos más grandes está en el Tatio, a 78 km de San Pedro de Atacama. 

El fenómeno, denominado por los lugareños como “el abuelo que no dejaba de llorar”, no es el único que llama la atención de los alrededores de San Pedro de Atacama. A tan sólo 57 km del pueblo, hay siete lagunas de color esmeralda, que enmarcadas por la cordillera de la Sal, forman un paisaje onírico como ningún otro. Además de su belleza, las también conocidas como lagunas de Baltinache, se han convertido en uno de los atractivos turísticos más llamativos de San Pedro por la particularidad de sus aguas, que concentran más sal incluso que el mar muerto y que por ende hacen flotar al cuerpo humano. 

Un día perfecto comenzaría con las lagunas de Baltinache y culminaría con una visita al destino estrella de la zona para ver el atardecer; el Valle de la Luna. Para presenciar el espectáculo, hay que subir caminando una enorme duna, desde donde se puede apreciar la Cordillera de la Sal tornándose anaranjada, rosa y morada a medida que el sol se esconde. Una vez el cielo está oscuro, los vehículos motorizados comienzan su partida, pero no todos los visitantes dejan el lugar. Algunos esperan unos minutos para tomar sus bicicletas y pedalear hasta el pueblo con tan sólo una linterna y la vía láctea sobre sus cabezas.  

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